El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, confrontó este miércoles a su homólogo sudafricano, Cyril Ramaphosa, durante una reunión oficial en el Despacho Oval, en la que proyectó un video para denunciar lo que calificó como un supuesto “genocidio” contra ciudadanos blancos en Sudáfrica, particularmente miembros de la minoría afrikáner.
La reunión, que tenía como objetivo formal restablecer el diálogo bilateral tras meses de fricciones diplomáticas, se transformó rápidamente en el episodio más conflictivo desde la visita de Volodímir Zelenski a la Casa Blanca en febrero pasado.
Trump puso sobre la mesa el tema de la presunta persecución racial en Sudáfrica, una narrativa promovida por sectores de la derecha estadounidense, y que ahora ha sido incorporada formalmente a su discurso de política exterior.
Trump exige explicaciones; Ramaphosa niega acusaciones
Trump inició el encuentro con una introducción ambigua: “Cyril es muy respetado en muchos círculos, aunque polémico para algunos”, dijo antes de proyectar un video de casi cinco minutos con discursos incendiarios de políticos africanos, imágenes de cruces blancas y montículos que, según el presidente estadounidense, representan a más de 1.000 agricultores blancos asesinados en el país africano.
“Los están ejecutando, y resulta que son blancos, y la mayoría agricultores. Es una situación difícil. No sé cómo se explica”, insistió Trump ante una audiencia compuesta por miembros de ambas delegaciones y medios internacionales.
Ramaphosa reaccionó con visible incomodidad y rechazó categóricamente la versión del mandatario norteamericano: “No existe ningún genocidio afrikáner. La mayoría de las víctimas de violencia en Sudáfrica no son blancos, sino negros. Si ese genocidio existiera, ni mi propio ministro de Agricultura estaría aquí”, dijo, señalando a su equipo de gobierno, donde se encontraban funcionarios de la comunidad afrikáner.
Refugiados, expropiaciones y tensiones crecientes
La polémica se produce una semana después de que el gobierno de Trump otorgara estatus de refugiados a 49 ciudadanos afrikáners, marcando un giro drástico en su política migratoria, que ha estado caracterizada por recortes y restricciones.
El argumento oficial fue que estos solicitantes huyen de una persecución sistemática, una narrativa que Sudáfrica considera infundada y ofensiva.
A ello se suma la reciente aprobación en Sudáfrica de una ley de expropiación sin compensación para casos de interés público, que busca corregir las desigualdades heredadas del régimen del apartheid. Washington ha condenado esta legislación, acusando a Pretoria de promover una política discriminatoria hacia los blancos.
En marzo, el gobierno de Trump suspendió toda ayuda exterior a Sudáfrica y expulsó al entonces embajador sudafricano en Washington, Ebrahim Rasool, tras sus declaraciones críticas sobre la política exterior estadounidense, especialmente por su posición en la Corte Internacional de Justicia sobre el conflicto en Gaza.
Un G20 en duda
La confrontación entre ambos líderes también reavivó las dudas sobre la participación de Estados Unidos en la próxima cumbre del G20, que se celebrará en Johannesburgo los días 22 y 23 de noviembre. “Creo que, sin Estados Unidos, (la cumbre) realmente no es muy importante porque ya no es la misma reunión”, dijo Trump, dejando en el aire su asistencia.
La tensión solo logró disiparse parcialmente gracias a la intervención de dos figuras inesperadas: los golfistas sudafricanos Ernie Els y Retief Goosen, miembros de la delegación sudafricana y admirados por Trump.
Aunque evitaron respaldar la narrativa del “genocidio”, su presencia ayudó a suavizar el cierre de un encuentro marcado por choques ideológicos, diferencias sobre derechos humanos y visiones enfrentadas del futuro global.
El incidente marca un nuevo capítulo en el deterioro de las relaciones entre Washington y Pretoria, y abre un debate internacional sobre el uso político del discurso de derechos humanos, así como las consecuencias diplomáticas de instrumentalizar la migración por razones raciales o ideológicas.